Wroclaw, 25/06/15
Conviviendo con Jaime de los Ríos y Eneko Gil, se han producido situaciones tremendamente divertidas, inspiradoras y reflexivas. Tanto es así, que hace unos días decidí integrar, de alguna manera que aún no tengo clara, sus proyectos artísticos en el mío.
Eneko baila, se mueve, sonríe y piensa como mantequilla. Ha inspirado su solo de danza en los cuentos “Las tiendas de canela fina” de Bruno Schulz, cuya escritura dicen que es como un “carrusel desorientador”. Le pido que me preste el libro durante unos días, para comprobar si yo también soy capaz de inhalar su esencia. Mientras tanto, tengo la osadía de inscribirme en un laboratorio de movimiento y performance para bailarines, al que acudo con Eneko. Le observo y envidio el poder y el control que ejerce sobre su cuerpo. A mí me sangran hoy las rodillas, y apenas puedo gestionar este sonido de la vulnerabilidad que ahora escucho, el del ridículo, el de la vergüenza, el de la fragilidad. Sin duda, me he aturdido en este tiovivo.
Intento olvidar el dolor físico y el proveniente del orgullo quebrado, y me pongo a leer a Schulz. En sus palabras encuentro sonidos oníricos con los que consigo quedarme adormilada:
“Las hierbas, los cardos, las ortigas y bodiak arden crepitando en el fuego del mediodía. La amodorrada siesta del jardín zumba con el estrépito de las moscas. Rastrojos dorados aúllan al sol como una nube de langostas, los grillos se desgañitan en la lluvia rutilante del fuego, las vainas colmadas de granos estallan en silencio expeliendo su fruto como saltamontes.”
(Extracto del cuento “Agosto” de Bruno Schulz, incluido en “Las tiendas de canela fina”).
Cuanto más rápido camino, más me duele, así que decido ir lenta. En todos los sentidos.
Jaime es un entusiasta, ávido de compartir experiencias y conocimiento, de dudar; De realizar un cuestionamiento colectivo tanto de nuestras acciones como de las reacciones que provocamos en nuestro entorno, y llegar a conclusiones cuasi-mágicas.
Iniciando juegos, poniendo a prueba nuestras intuiciones. Así pasamos estas jornadas.
Jaime trabaja en su proyecto tomando como base un listado de palabras primordiales, en polaco y euskera, que seguramente ya fueran empleadas por nuestros ancestros para referirse a lo más básico y esencial en su existencia. Mi idea es tomar varias de ellas y trabajarlas, amasarlas, desmembrarlas y dotarlas de una nueva vida en forma de poesía fonética que acompañe al collage realizado con los sonidos de Donostia y Wroclaw.
En mi opinión, vulnerabilidad es uno de esos términos elementales que deben existir desde que somos lo que somos y miramos de frente a nuestros retos (ya sean los bisontes que Jaime ha incluido en su lista, o los desafíos que encaramos al desear crecer como personas, en cualquier ámbito).
Poesía. ¿Por qué no incluirla también en esa relación de vocablos primordiales? He traído un trozo de ella en la maleta, en forma de astilla de haya recogida en Donosti. La poesía sonora de los golpes del hacha en la madera, esos cortes con los que el aizkolari Patxi Larretxea cantaba sobre el tronco mientras su hijo Hasier recitaba los versos de esa “Niebla fronteriza” a través de la que los vascos caminamos, intentando conjugar nuestras vidas entre tiempos verbales pasados y futuros.
Precisamente Hasier Larretxea me recomienda la obra de varios autores polacos, destacando a Adam Zagajewski. Encuentro en la librería Księgarnia Hiszpańska Wrocław el último ejemplar en castellano de “En la belleza ajena”, y, entre sus páginas, un párrafo que nos describe como vocales y consonantes, como esa materia prima de los fonemas, de las acciones, de la vida.
“Personas-vocales y personas-consonantes. Vocales son aquellas que gustan de hablar, de reírse –y al reír, echan la cabeza hacia atrás con energía-, aquellas que nacieron para la expresión. Las personas-consonantes callan generalmente, en sociedad pasan por aburridas, se duermen en el tren. Mas sin ellas no existiría la humanidad; las lenguas se las arreglan mejor sin vocales que sin el tieso y pesado brocado de las consonantes”.
(Extracto de “En la belleza ajena” de Adam Zagajewski).
Salgo a dar otro paseo, a explorar e intuir cómo suenan esas historias y relatos que todos llevamos en la mirada, incluso aquellos que cierran los ojos y se quedan dormidos en el tranvía, o aquellos cuyo pulso va tan rápido que sus figuras acaban por desdibujarse.