Desde el 2000 y durante un periodo de aproximadamente seis años, me hice acompañar en todas las giras por una cámara Polaroid 636. Debo tener cientos de fotos que fueron, en su día, mi forma de escribir los diarios de viaje. Algunas de ellas incluso aparecen en las portadas de dos de mis discos.
Llevo varios meses con un cosquilleo, pensando en rescatar aquella costumbre de plasmar texturas y momentos a través de un instrumento como la Polaroid, cuyo mecanismo tanto se parece a la manera en la que hago música hoy día: Instantáneo, sin posibilidad (ni necesidad) de retoque, incierto, azaroso.
Debo admitir que han sido dos las razones por las que he tomado la decisión de encargar varios cartuchos y recuperar y agrupar algunas de las fotos que tomé hace tiempo. Uno ha sido el mágico encuentro con una imagen de Cristina Núñez (que ya describí en una entrada anterior). Otro ha sido el visionado de la película “Diggers”, en la que el personaje encarnado por Paul Rudd (Hunt, un recolector de almejas de Long Island), se dedica a fotografiar escenas cotidianas con su cámara Polaroid. Viéndolo envidié esa sensación de incertidumbre durante los minutos de espera hasta descubrir el revelado; la satisfacción o decepción al comprobar el resultado; la maravillosa respuesta de este artefacto tan particular, capaz de hacer una lectura tan peculiar de la realidad (o, al menos, de lo que uno cree ver); el valor del ejemplar único.
Os dejo con una pequeña serie de tres imágenes muy importantes para mí, mientras me dispongo a entablar un nuevo diálogo con este extraordinario formato. Seguiré informando.