Bilbo, 15/07/16
Bilbao entra hambrienta por la puerta,
me toma de la mano,
la apoya encima de la mesa
y la acaricia a la vista de todos.
Deja que descanse mi cabeza en su hombro.
Bilbao me salpica de agua sucia, caliente.
Me moja las piernas
cuando pasan los camiones
recogiendo su basura.
Es su forma de hacerme saber que me ama.
Bilbao me mira con ojos claros,
sin parpadeos.
Teme saber lo que deseo decir.
Desea saber lo que temo decir.
Bilbao espera. Yo también.
Bilbao me abraza en cada meandro de la ría
mientras escondo tras mi espalda
un pastel de arroz.
Bilbao me duele y me cura.
Dibuja sobre mis palabras,
me pide dinero prestado.
Se acuerda de todas las noches
que hemos dormido juntas.
De lo que le dije un día, el primero.
De lo que le dije todos
los primeros y únicos días.
Desata sueños parecidos
a una realidad pasada,
despreocupada,
suave.
Me despierta con una reacción alérgica,
con la lágrima que cae siempre
del ojo derecho
y lo empequeñece.
Acabo guiñando a cualquiera en Bilbao.
En Bilbao todo es posible.