Hace un mes se me propuso participar en un recital de poesía y música junto a Rafa Berrio y Teresa Calo que se llevará a cabo esta tarde para celebrar el 20 aniversario de Koldo Mitxelena Kulturunea de Donosti. Como condición, que mis piezas sonoras versaran sobre la idea poética del tiempo.
Hasta unas pocas horas antes del evento (cuando escribo este texto) no había encontrado la manera de estructurarlas, ni cómo plasmar en ellas esa imagen del tiempo, la memoria, el silencio.
Pero mágicamente, como ocurre casi siempre a última hora, todo encaja. Lo que se ha ido pensando, leyendo, sintiendo y escuchando cobra forma, y dentro de un rato, también cobrará vida.
El domingo por la mañana me despertaron los aplausos de la gente que se agolpaba en una avenida de Irún para ver pasar la Behobia-San Sebastián. Hoy he sabido que una de las corredoras murió pocos minutos después, casi llegando a meta. El tiempo: minutos, segundos. Lo sobrecogedor de asistir a los últimos de una persona.
He recopilado varias llaves alemanas antiguas, de ésas con las que se da cuerda a los relojes de pared. Las he metido en una caja cilíndrica de té de loto proveniente de Vietnam que compré en Francia en 1998. Los laterales son de cartón. Las tapas, de metal.
Hace poco había encargado una nueva rejilla para mi micrófono, el que uso habitualmente para amplificar mi voz. La que tiene ahora cuenta, por lo menos, con 20 años y mucho aliento. Es esa nueva rejilla, joven e inmaculada, carente de experiencia y de saliva, sin labios que la hayan rozado, ajena a cualquier melodía, la que usaré para conseguir sonidos acuáticos a partir de la fricción de dos superficies metálicas: la suya y la de una de las tapas de la caja, que, con las llaves de relojero dentro, moverá el tiempo, no sé todavía si hacia delante o hacia atrás.
He encontrado también un trémolo que creía haber perdido, con el que puedo regular la frecuencia y la amplitud de una onda: Sonido, silencio, sonido, silencio, sonido, silencio. Más rápido, más lento. Soooooonidoooo, siiiiiileeencioooo. Lo combinaré con el eco de cinta, que produce retardos y repeticiones, y con el que puedo lograr que se retroalimente cualquier sonoridad, hasta la de mi propia respiración.
En mente, siempre, varios versos que serán recitados esta tarde:
“Cada hilo era una puerta para adentrarme en mi hermano muerto y lo paladeaba al ritmo lento de un viajero antiguo” (Francisco Javier Irazoki).
“Qué grande es la realidad. No quepo en ella” (Eduardo Apodaca)
Fotografía realizada durante el recital. Un micrófono recogía el sonido de mi estómago (“El tiempo se deshace como un ombligo”, Rafael Berrio); otro, el cascabel de un gato gigante llamando a misa; otras tres pastillas de contacto hacían lo propio con las llaves de relojero dentro de la caja de té de loto, cuya tapa friccioné con la rejilla de un SM58; mi voz se amplificaba a través de un antiguo teléfono rescatado de la ya clausurada central nuclear de Vandellós I, y en el aire silbaba la idea poética del tiempo con la mirada de Calo y Berrio, entre declamación y declamación.