Proyecto Wroclaw. Donosti, 12/06/15. 10:07 am
En la cafetería del hospital ofrecen desayunos gratis a todos aquellos que hayan madrugado para hacerse un análisis de sangre. Es hora punta. Los enfermos en ayunas son como hienas; su mordedura, dicen que la más fuerte de entre los mamíferos.
Así que me retiro de la barra. Espero paciente escuchando y grabando el maravilloso baile de tazas y conversaciones, el tintineo de platos, vasos de agua y la amortiguación sonora que brindan los cruasanes.
Cuando inicié este proyecto, lo primero en lo que pensé al buscar puntos de unión entre Donosti y Wroclaw fue el líquido: El mar Cantábrico y el río Óder custodiando cada una de las ciudades.
A mediodía grabo mi propio paseo desde el Kursaal hasta la misma orilla de la playa de la Zurriola. Aminoro la velocidad y me recreo en el sonido de mis pasos sobre la arena, y cómo se esconden, poco a poco, bajo el rumor de las olas.
Oigo un precioso susurro que parece la rotura de diminutos cristales en la lejanía, o quizás estrellas chocando sus puntas en el fondo del mar, o destellos de las miradas de los enamorados que caminan junto a su perro, o el pudor de alguna anciana al contemplar al hombre desnudo que se sienta en el espigón. No entiendo cómo pueden sonar tan lejos y tan cerca, a la altura de mi mano, siempre al elevar mi pie izquierdo, y pienso que quizás sea posible que se me esté quebrando el tobillo pisada a pisada. Pasa un rato hasta que descubro que se trata de la sigilosa danza de las llaves de casa en el bolsillo del chubasquero.
Esta es la resonancia de mis pasos en busca del líquido, el mismo que también llevo en mis tendones. La banda sonora la prepararé dentro de unos días, cuando sea capaz de sacar el Cantábrico de debajo de mi piel y dejarlo en Polonia.