Mi amiga, la artista e investigadora Rebecca Collins, falleció el pasado mes de junio tras una breve y devastadora enfermedad. La sesión del 25 de septiembre de Relatos del ruido (Cineteca Madrid) estará dedicada a celebrar a Rebecca mediante la escucha de “un conjunto de creaciones sonoras que nunca habrían llegado a existir sin su estímulo y su imaginación -tan audaces y generosos que resultarán imposibles de olvidar-”, en palabras de Miguel Álvarez-Fernández, comisario del ciclo y amigo común. Yo no podré acudir en persona pero, habiendo sido tocada con esa imaginación y generosidad que Rebecca nos regaló, mi voz estará presente. Os dejo a continuación el texto que escribí tras grabar la pieza que se podrá escuchar en Relatos del ruido:
Son las 23:37 del 15 de agosto de 2024. Hasta esta noche no me he atrevido a enfrentarme a la relectura de los correos electrónicos que Rebecca y yo nos intercambiamos, la mayoría durante 2019. Entre ellos encontré algunos pequeños tesoros como The Eighth Song, que me envió con una escueta nota: “to sing to your mum on her birthday”. A finales de febrero de 2019 habíamos trabajado brevemente en él con la idea de que yo lo vistiera sonoramente.
Hoy mi madre se acaba de acostar en la habitación de al lado y yo aprovecho este momento en soledad para estar con Rebecca una vez más.
Descubro también un correo en el que envía a todo el grupo P.I.C.A. el poema-canción An Inkling, fruto de una de las sesiones del taller de escritura experimental coordinado por Ixiar Rozas. Ofrece ese texto para ser incluido en el cartel de “Proklama 13: Encuentros de solsticio”, programa de artes vivas organizado en colaboración entre el Museo Artium y Azala, en el que participaríamos ese mismo verano.
Lo leo y comienzo a cantarlo en voz alta sin previo ensayo. Necesito grabar esta improvisación antes de que se desvanezca. Mi voz es frágil. Para no molestar a mi madre sólo permito que sea un susurro. No me importa no saber qué estoy haciendo. Sé que a Rebecca le hubiera encantado caminar conmigo a ciegas, cantar a sordas, descubrir las cosas mientras ocurren. No haber calentado. Desviarnos del tono, perdernos. Y escuchar. Sobre todo, escuchar.
Preparo el micrófono y le doy al REC. Voy dejando que salga el hilo de voz aguda cantando esa melodía a veces abstracta y cuasi folclórica, como creo que es el propio texto de Rebecca. Y voy escuchando, también, la magia de las mezclas de audio espontáneas: los perros que ladran como si alguien les hubiera indicado cuándo hacerlo, el motor que suena justo tras esa frase a la que aporta otro significado, la puerta por la que alguien entra de forma inesperada a medianoche, marcando sin saberlo el final de la pieza. Todo parece orquestado por Rebecca.
Entonces descubro que mi teléfono móvil está también registrando lo acontecido, incluyendo el aviso a mi madre de que “necesito grabar una cosa” y que me va a “oír cantar un poco”. Rebecca sonríe.