(Santa Cruz de Tenerife. 8:35 am)
Desayuno mirando al mar.
Hoy alberga una de esas misteriosas escenas que parecen un plano fijo, sin serlo.
Como en una película de Sokurov, la proa de un barco aparece de la nada.
Muy lentamente me va descubriendo sus colores, entre brumas.
Estoy a salvo del viento.
Cruzo los brazos.
La mano derecha acaricia el codo izquierdo.
La mano izquierda se aferra fuertemente al bíceps derecho.
Cierro los ojos y siento un beso.
(Avión Tenerife-Gran Canaria. 11:37 am)
Vuelo rozando el Teide nevado.
Nadie más mira por la ventana, todos leen la sección de deportes.
Distintas páginas cuentan lo mismo.
La costumbre nos hace inmunes a la belleza.
Gran Canaria es terrosa, marrón, rojiza. Pide a gritos atención.
Distintas páginas siguen contando lo mismo.
(Las Palmas de Gran Canaria. 10:25 pm)
Esta noche las luces de la plataforma petrolífera, a lo lejos, se dejan enmarcar por dos palmeras, en tierra, cubiertas ya con la decoración de navidad.
Los focos de los vehículos que avanzan por la carretera de circunvalación a toda velocidad pintan la estampa con destellos, como colas de cometas.
Acabo de ver “20000 Days on Earth” en el patio de un palacio, al aire libre, y ahora, casi por accidente, me siento en un hotel de cuatro estrellas ante manjares que tan sólo puedo contemplar.
Podría cenar en un vertedero y sentiría que mi vida es un regalo igualmente.