Barcelona, 23/01/15
12:27
Las gaviotas gigantes van devorando los aviones más lentos y distraídos, uno tras otro.
Yo observo el puerto imaginando viajar en teleférico y caer suavemente al mar cálido: un buen baño de sales contemplando las no-nubes.
Arden mis piernas al sol mientras dan las doce y media.
14:07
Al otro lado del ventanal del restaurante un chico desaliñado se detiene y mira hacia nosotros. La camarera morena de los hoyuelos sale a saludar. Se dan un abrazo tan hermoso y sentido que la última aceituna negra de mi ensalada salta hacia ellos.
Suena dixieland.
Él le pide que se quite el delantal para apreciar lo bien que le queda ese nuevo-viejo jersey de lana.
Entra una clienta y ella brinca a atenderla con una sonrisa deslumbrante. Mi aceituna aún flota en el aire persiguiendo un hoyuelo donde posarse.
17:55
Veo la puesta de sol desde la pista.
Los aviones que antes sobrevivieron se han reunido aquí para merendar y tornarse enormes.
Los vapores del queroseno difuminan todo alrededor.
El mar parece ahora denso y plateado: mercurio que avanza hacia las primeras luces de la costa y en el último momento se arrepiente.