Irun 14/03/15. 08:07 am
“Asimilar. Rejuvenecer”.
Ese eslogan en el escaparate de una farmacia me despierta en medio de la guerra que estoy librando contra el viento, que impulsa las gotas como balas.
Suena un tiroteo incesante en el tejadillo de lata del andén número dos. Estoy empapada.
Las yemas de los dedos de mi mano izquierda duelen de forma hermosa, como si fuesen a florecer.
“Asimilar. Rejuvenecer”.
Ayer asimilé, rejuvenecí. No necesité cosméticos.
A todos y todo lo que me encontraba en el camino, ya había cantado antes.
A Hannot, a Gaizka, a Iban, a Kuti.
A la nostalgia, al desarraigo, a la música nada más despertar.
A Gernika, a Mendata.
A volver.
A Igor, a Ainhoa, a Alaitz. A sus hijos.
A Xabi y a su canto de viola de hace diez años.
A Ager, que no estaba. Que sí estaba. A Mikel, a Andoni.
A la generosidad, a la amistad, a la ayuda, a la entrega.
Al amor puro sin trampas.
A lo que ese lugar ha obrado en mí.
Al agradecimiento de haberme convertido en lo que soy, y de seguir aún conmigo. A la imposibilidad de desprenderme ya de ello.
Ander me recordó la extraña belleza de los árboles cuyas flores brotan a primeros de marzo, en medio aún de aguaceros y días nublados. A ellos también había cantado hace tiempo.
“Asimilar. Rejuvenecer”.
Todo lo digiero y lo incorporo a mi discurso. Seguiré contando historias.
Me repito la suerte que tuve. Que tengo.
Héctor, Rubén, Rafa.
Sonrisa, risa, sonrisa.
Verdad.