En el 2008 sufrí una rotura de ligamento supraespinoso cuando nos disponíamos a grabar un disco que iba a llevar por título “The third”. A aquello, desde entonces, lo llamamos la “no grabación”. Pasé un año en casa, sin poder hacer otra cosa que comer, leer, ver películas y dormir. Ni siquiera podía tocar, ni encontré las ganas para que de mi boca saliera una sola nota. Aproveché para estudiar un poco y devorar algunos libros que me enseñaron mucho. Fue la única época desde que soy adulta en la que he podido contar por meses los periodos sin migraña, aunque el dolor provenía de otros lugares (físicos e incorpóreos), y era cansino y difícil de soportar.
Llegó el 2009 y me obligué a retomar la grabación de ese disco (que ya no era ése, sino otro, puesto que yo era otra también). Álvaro Sanz filmó todo el proceso. El crujir de sus rodillas se escucha en algunas canciones del “Forgive me…”, y yo aún percibo su presencia detrás de mí en “Stained sounds”. El documental jamás llegó a editarse, entre otros motivos porque el sufrimiento quedaba patente en cada fotograma.
Álvaro me preguntó por qué estaba dejando que esa situación me venciera, y yo le hablé de resignación y conformismo. Creo que fue la primera de las dos únicas veces que se ha enfadado conmigo.
Aquello me marcó. También lo hizo la lectura, durante aquellos días, de la autobiografía de Johnny Cash. “A veces debes rendirte para, al cabo de un tiempo, poder volver a pelear”. Hablaba de ir a un lugar donde el dolor no pueda seguirte. Y ahí es justo donde estoy ahora.
La sensación de haber perdido el tiempo espero que jamás me vuelva a hostigar. Y cuando alguien como mi amigo, quien me impulsó a dejar atrás la sumisión y el amoldamiento a determinadas circunstancias, necesite un pequeño recordatorio, aquí estaré para hacer que cada minuto de nuestras vidas cuente.
Ésta es la historia de por qué “Every minute” se titula así. Ésta, la imagen en blanco y negro de las primeras notas registradas. Fue el pasado 13 de abril, en Moby Dick Club, a puerta cerrada, dándole a ese espacio un uso especial. Devolviéndonos él a nosotros tanta música como su madera ha sido capaz de absorber minuto a minuto durante años.
Gracias a la gente de Moby Dick, a Paco Jiménez (que sufrió la “no grabación” de antaño y fue artífice de las posteriores “sí grabaciones”), a Héctor Bardisa –el alicantino supremo-, a Rubén “Demoliciones” Martínez, y a Rafa Rodrigo (el ojo que todo lo ve). Gracias a Ana por tanta ayuda en las veces que no y en las que sí hemos grabado, y a Rosalía por la hospitalidad.
Durante los próximos días iré desgranando algunos momentos vividos e imaginados en la última semana. Gracias por estar ahí y que paséis una buena noche.