Tren Alacant-Irun, 15/11/14
Un comentario tras el concierto de Valencia, tras un baile lento conversando, tras rasgar el envoltorio de unos regalos, me mantuvo en vela un buen rato aquella noche. Soñé con todo ello el poco tiempo que dormí. Fantaseé con mil palabras que deseaba poner sobre el papel. Aquí van algunas de ellas, a modo de resumen-petición-enseñanza de este último viaje:
1-«Esta mujer debería estar llenando estadios (aunque ni lo pretenda ni lo necesite). Otra liga». Primero, me alegra mucho que se transmita que ni deseo ni necesito semejante cosa. Segundo, repito en público lo que digo en privado cuando se me habla de «otras ligas»: No juego (no jugamos) en otra liga. Simplemente nos dedicamos a otro deporte. Si cada uno jugara su propio deporte, seríamos todos campeones.
«Cuando te contentes con ser simplemente tú mismo,
y no te compares ni compitas,
todos te respetarán».
(Lao Tse)
2-Horas antes, durante el viaje de ida, aprecié cómo el paisaje se transmutaba. Salí antes del amanecer, vi asomar el sol entre montañas, disfruté del verde, de la frondosidad de los bosques. Me puse a leer (justamente «Cartas de una pionera», que no puede casar mejor con el espíritu de un periplo emprendido con el frescor de la madrugada) y, cuando levanté la mirada, el panorama había cambiado radicalmente. No me resultaba extraño, puesto que he realizado este mismo trayecto en multitud de ocasiones, pero nunca se me acaba de hacer familiar del todo. Comencé a escribir:
Tren Zaragoza-València, 13/11/14
¿Cuántas veces he de realizar un trayecto
para encontrarme en paz con él?
No sentir extraños
los terrenos yermos,
ni las tejas rotas,
los conductos secos,
las redes que ahogan
las piedras que quieren
rodar a mi encuentro.
Polvorienta llego despeinada a tus ojos.
Salgo ardiendo troquelada en trozos.
Mientras tanto recibí la noticia de las pocas entradas anticipadas que habíamos vendido para esa noche. Mi contestación, breve y automática, fue: «terreno yermo». Me di cuenta en ese momento de que los versos que parecían dibujar un paisaje, estaban también describiendo artísticamente a un lugar. Y tuve que buscar una buena razón por la que estar recorriendo este camino de nuevo, tropezando, quizás, sobre algunas conocidas piedras. Trabajando suelos que no admiten siembra.
3-Llegué, tras más de diez horas de viaje, y tal y como predije, despeinada y a trozos. Entonces algunas personas me recordaron, sin pretenderlo, las poderosas razones por las que una transita estos caminos hasta encontrarse en paz con ellos.
Amigos que salen a tu encuentro en la estación sólo para pasar dos minutos contigo, que estrenan ropa por si los restos de pelo de gato te pudieran dar alergia (Litronas, recuerdo el día en que me recibiste con una estrella de mar que tú mismo, buceando, habías cogido aquella mañana. Naranja intenso, preciosa. La traías en un tupperware con agua salada y me dijiste: «Morirá pronto, pero te la tenía que regalar, princesa». Esta vez me has traído a tu hijo, para presentarme, orgulloso, al más bonito de los regalos).
Amigos que te hacen un hueco en su sofá para que descanses media hora antes de la prueba de sonido, sin apenas hacer falta decir nada. Amigos que sonríen cuando te escuchan hacer ruiditos al caer dormida (Carlos, gracias por ofrecerme, sin preguntar, ese momento en el que un cuerpo se repara).
Amigos a los que apenas puedes evitar coger de la mano para vivir cada minuto que pasas con ellos como si fueran horas, con los que el impulso de desear bailar mientras se conversa es ineludible. Amigos que te regalan pan sin gluten en rebanadas porque saben que así te acordarás de ellos cada mañana del próximo mes, en cada desayuno. Los mismos amigos que siempre aciertan con los libros que necesitas leer (Dani, acaricio el «Tao Te Ching» agradecida. Eres mi proveedor de Biblias, mi camello de Escrituras Sagradas).
Amigos que te ceden la cama, la comida y el refugio. Que el día de su cumpleaños te agasajan a ti con regalos (Beíta, con qué ilusión he aceptado el libro –otro- esta mañana. Ése que me cuentas que salió a tu encuentro y te dijo que era para mí. Lo es).
Amigos que te hacen reír, da igual dónde, cuándo y porqué (Jose Kali, ya no nos quedan números para elaborar más códigos secretos. Llévame al Casino la próxima vez, que ganamos fijo).
Todos ellos, y los que me acompañan como cómplices en la música, en el silencio, en las miradas… todos hacen que este esfuerzo cobre sentido. Los programadores generosos, los técnicos amables. No importa (o casi) que la sala no esté llena. Llenar y llenarme de otras cosas es lo que necesito. Aunque también necesito (necesitamos) poder continuar el viaje. Si ha de ser por senderos ásperos y pedregosos, sólo con vuestra ayuda una puede albergar la esperanza de que quizás, alguna de las semillas que se han dejado caer, brote y dé fruto.
Llevo once horas y media en un tren. Mientras noto cómo las ojeras se hinchan, me despido con una petición:
Por favor, id a conciertos. Abandonad la pereza. Dejad a un lado los prejuicios. Que vuestros ojos miren y vean, que vuestros oídos gocen, que vuestro cuerpo escuche, que vuestra emoción rebose.
Extraigo, para terminar, el final de la crónica del concierto en 16 Toneladas, firmada por Fidel Oltra para Muzikalia: «Lo importante es que habíamos asistido a una clase magistral de amor por la música, de actitud sobre un escenario, de dominio de unos instrumentos (brutal lo que hace Ainara con la guitarra), de profesionalidad sobre las tablas y humildad al bajarse de ellas: Ainara se sentó en un taburete, junto a la barra, a vender sus discos y charlar con quien quisiera acercarse. Tuve la oportunidad de hablar unos minutos con ella. La encontré sudada y cansada pero parecía feliz. Le comenté que me pareció que disfrutaban mucho sobre el escenario y me respondió que sí, que así era. Hablamos, no lo olvidemos, de una artista que ha pasado por el FIB y que lleva cinco discos a sus espaldas. Resulta que, después de tantos años, disfrutó como una chiquilla en un concierto ante 20 personas. Eso, amigos, es la música, la verdadera esencia de la música. El resto, como decía Alex Ross, es ruido».
Y las de Amalia Yusta para Alquimia Sonora: «Otras propuestas sí son posibles, y son las que, en definitiva, más nos seducen, con-o-sin-respuesta-del-público».
Si habéis llegado hasta aquí, gracias.
La foto es de Amalia Yusta. Es el grito del herrero que forja el metal, del harrijasotzaile que levanta rocas, del agricultor que labra la tierra, del músico que llora.
Ainara LeGardon en Valencia por Amalia Yusta