A menudo me preguntan si de verdad es posible vivir exclusivamente de la música. Reflexiono sobre ello y sobre los contenidos recogidos en el Estatuto del Artista en mi artículo «Música e instrumentalización del entusiasmo», publicado en el Anuario de la Música 2018 de Musika Bulegoa y cuyo título es un homenaje a la gran Remedios Zafra. Está redactado teniendo en cuenta las recomendaciones sobre la utilización de lenguaje no sexista recogidas en la «Guía de lenguaje para el ámbito de la cultura» publicada por Emakunde/Instituto Vasco de la Mujer.
El Anuario completo se puede descargar aquí.
«Música e instrumentalización del entusiasmo»
A menudo la afirmación «soy artista» genera automáticamente la curiosidad morbosa, plasmada en la cuestión de con qué otro u otros trabajos y de qué forma es capaz de vivir una persona que se dedica a la creación artística. El cliché que nos persigue como amateurs o como colectivo precario (y precarizado) está profundamente asentado en la sociedad y, lo que es peor, en el propio ámbito artístico.
Afortunadamente en los últimos tiempos se está tratando abiertamente en distintos foros públicos la realidad de nuestra profesión. Ya no escondemos nuestro inestable modo de vida y tratamos de hacer llegar nuestras demandas más básicas tanto al público como a las instituciones y poderes políticos.
En este sentido es especialmente lúcido el ensayo «El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital» de Remedios Zafra (Premio Anagrama de ensayo 2017), un texto que reflexiona sobre cómo la pasión de las personas dedicadas al arte suele jugar en nuestra contra:
«…su entusiasmo puede ser usado como argumento para legitimar su explotación, su pago con experiencia o su apagamiento crítico, conformándose con dedicarse gratis a algo que orbita alrededor de la vocación, invirtiendo en un futuro que se aleja con el tiempo, o cobrando de otra manera (inmaterial), pongamos con experiencia, visibilidad, afecto, reconocimiento, seguidores y likes que alimenten mínimamente su vanidad o su malherida expectativa vital».
Zafra también subraya que, en nuestros tiempos, esta «instrumentalización del entusiasmo y la pasión creadora, está definida por la caducidad como principal rasgo». No puedo estar más de acuerdo con ella cuando afirma que los criterios culturales no vienen ya dados por la cultura, sino por el mercado, y que «el pago más fácil, porque es el más rápido, es el ‘pago con ojos». Efectivamente, la visibilidad es hoy lo que mejor encaja en la lógica de mercado, mientras que la remuneración «se advierte como inversión futura».
A menudo me preguntan si de verdad es posible vivir exclusivamente de la música. Yo contesto que es posible, al menos yo así lo experimento, siendo tremendamente promiscua y activa, con la dificultad añadida de mantener la coherencia artística y el sentido crítico en estas condiciones a veces tan frenéticas.
Pensemos en cuáles son las principales fuentes de ingresos del colectivo de músicos actualmente. Hay quienes solo componen. En este caso las principales fuentes son los honorarios por los encargos de obras y los derechos de autoría. Hay quienes solo interpretan, y en ese caso sus fuentes son principalmente los cachés de las actuaciones y los derechos conexos como artistas intérpretes. En ocasiones confluyen ambas facetas (las de autoría e interpretación) junto a la autoedición discográfica, con lo que se obtienen también ingresos por ventas y por derechos conexos sobre los fonogramas. Hay quienes además imparten charlas, talleres o dan clases regularmente. Esta es otra fuente de ingresos importante en relación a la música. Sin duda, las subvenciones o ayudas institucionales, becas, residencias artísticas y otros apoyos, constituyen otro soporte reseñable. Quienes podemos gestionar todo esto a la vez tenemos la suerte de vivir y además comer y pagar el alquiler gracias a la música, pero no es lo habitual, ni debería serlo. En estas condiciones, la auto-explotación se hace presente y las personas artistas acaban convertidas en gestoras y burócratas, con las energías extenuadas y sin apenas tiempo para entregarse a las tareas relacionadas con la creación.
Volvemos a uno de los problemas que nos ahogan: la prisa y la falta de tiempo para poder dedicar el mimo necesario a cada proyecto en el que nos embarcamos. Y este nos lleva al asunto de la intermitencia propia de nuestro sector: ¿qué ocurre en los periodos en los que seguimos trabajando, pero no obtenemos ingresos? Entre disco y disco seguimos componiendo, ensayando, preparando la producción de nuevas canciones o de una próxima gira, etc. Lo cierto es que carecemos de una estructura administrativo-legal adecuada para afrontar esta situación.
Hace unos meses, las noticias hablaban de la intención del Gobierno de reformar el régimen de Seguridad Social y permitir que la cuota que pagamos las personas afiliadas al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos esté en relación con nuestros ingresos, mediante una cotización por tramos. Desafortunadamente, este acuerdo que aguardamos con esperanza se va posponiendo.
En 2019 tendremos que afrontar una cuota de 283,3 euros mensuales sean cuales sean nuestros ingresos. Esto provoca que tengamos que trabajar mucho y de forma continuada, descartando incluso los periodos vacacionales. Carecemos de derecho a subsidio por desempleo, y ni nos planteamos soñar con etapas en las que podamos dejar de tocar o dar clases para poder dedicarnos exclusivamente a la investigación artística y a la creación de nuevas obras. Esta situación genera un problema de sobresaturación y ansiedad que en algunos momentos de nuestras carreras nos pasa factura en lo referente a la salud.
Para (sobre)vivir de la música, nos vemos en la obligación de crear/producir mucho y rápido. Mientras tanto, el público se acostumbra a consumir de la misma forma: superficialmente y sin disfrutar de la música ni valorar el esfuerzo que requiere su creación y su puesta a disposición. Los actuales modelos de distribución musical no ayudan; la tiranía que impone la cultura de masas, tampoco.
Mery Cuesta, en su libro «La Rue del Percebe de la cultura y la niebla de la cultura digital» (consonni, 2015), describe tres interesantes aspectos de la «nueva cultura» que se genera en el entorno digital: «a) rapidez de acceso, b) amplitud de horizonte y c) baratura», y describe certeramente sus contras: «la rapidez y facilidad de acceso a una gran cantidad de información también implica una absorción superficial de los contenidos y una suerte de bulimia; la amplitud de horizonte provoca desorientación; y la baratura -no nos engañemos- es muchas veces la máscara amistosa de la precariedad profesional».
Los modelos de distribución y consumo musical en el ámbito digital, en vez de ser valiosas herramientas de trabajo para el colectivo artístico, con frecuencia se convierten en interferencias y provocan la homogeneización tanto del pensamiento artístico como del gusto de la audiencia.
Al margen de esta circunstancia, tampoco nos ayuda en nuestro día a día el escaso cumplimiento de la legislación vigente. En teoría, la empresa o institución organizadora de un concierto debe encargarse del alta y baja en la Seguridad Social siempre que la persona trabajadora lo demande o solicite. Esto casi nunca se cumple. Nos «obligan» a presentar una factura.
En el Estatuto del Artista se analiza la necesidad de la creación de un sistema fiscal acorde a la intermitencia del trabajo artístico y a la irregularidad de nuestros ingresos, que pueda garantizar una jubilación digna y compatible con el derecho a seguir creando. También se demanda el reconocimiento de nuestras lesiones y enfermedades laborales y el derecho a percibir el subsidio por desempleo. También, como punto relevante, se enfatiza la importancia de las enseñanzas artísticas y la necesidad de equiparación de sus titulaciones a las universitarias. No pedimos mucho, simplemente la misma protección social que se le brinda al resto de la clase trabajadora.
Dice Zafra que «lo que moviliza a un entusiasta es dedicarse a su pasión, transformar su vulnerabilidad económica en libertad.» Y sin embargo, lo que los entusiastas se encuentran con mayor frecuencia es «que su trabajo es convertido en afición, que su trabajo no es empleo, que su producción es valorada como consumo, y su fuerza productiva es rentabilizada por otros.»
Es nuestra responsabilidad mantenernos firmes en un compromiso con la lucha para dejar de ser el eslabón débil de la cadena en cualquier negociación relacionada con el trabajo en el campo artístico, así como en la batalla para seguir creando desde una posición reflexiva que huya del apagamiento crítico y de la banalización.