(La pieza que ilustra esta entrada es una improvisación en la que juego con el sonido del tráfico y, mediante un pequeño grabador/reproductor, recreo con mi propia voz la textura de los cantos lejanos de los muecines).
«Escuchar es muy difícil», me dice Khadija tras casi hora y media de paseo sonoro por la ciudad.
En Casablanca el rumor del tráfico es constante. Al rugir de los motores y la fricción de los neumáticos contra el asfalto se unen los numerosos avisos que los conductores se dan entre ellos y a los peatones. En el centro de la ciudad no pasan tres segundos sin que suene el claxon de algún vehículo.
A primera vista existe un caos circulatorio inmenso. La señalización vial apenas es respetada, ni por los viandantes, ni por los vehículos a motor o los traccionados por animales. Lo más habitual es que estos vehículos tengan que sortear a las personas que cruzan lenta y en general confiadamente arterias de hasta tres carriles por sentido. Se hace por tanto esencial la advertencia sonora casi constante.
Marwan nos pregunta si otras grandes ciudades en las que ya hemos estado suenan igual. Pienso en Nueva York, Londres, Madrid… Rafa en Beirut, París, Montreal… y no, no suenan igual. Ninguna suena igual que otra.
Casablanca tiene muchas particularidades que afectan a su sonido, a su voz. Una de ellas la apunta Rafa: el envejecimiento de los vehículos implica que, entre sonidos de motores más modernos, podamos distinguir a menudo los de viejas motocicletas destartaladas, con su rugido particular. Algunas de ellas cargan con carros acoplados a su cuerpo, cuya estructura metálica vibra con cada irregularidad del pavimento. No es extraño tampoco escuchar las pisadas de caballos tirando de carros.
Bajo nuestros pies, el sonido más habitual es el de las baldosas sueltas en las aceras. Es habitual, pero solo es capaz de evidenciarse en las calles más tranquilas de ciertas zonas residenciales. Incluso en ellas, el flujo del tráfico se sigue escuchando a lo lejos. El movimiento en Casablanca no cesa.
En medio de todo este aparente caos, que acaba de alguna forma autorregulándose, aparecen las voces acusmáticas de los muecines que convocan a la oración desde el alminar cinco veces al día. Existen grandes torres con potentes altavoces diseminadas por toda la ciudad. Cada una de ellas amplifica el canto de un muecín, que llama a la oración a su manera. «Free style», apunta Taha.
Desde la habitación del hotel se escucha una de esas llamadas claramente por encima de cualquier otra. Es la más melódica de las que tenemos la oportunidad de oír. Sin embargo, en los silencios entre frase y frase, se intercalan en nuestra escucha, muy a lo lejos, casi como ensoñados, los cantos de otros muecines cuya voz es amplificada desde otros puntos más lejanos. Se produce un falso eco. Una sinfonía llena de sutilezas, si a ello añadimos el sonido del aire a presión de las obras de construcción del edificio de enfrente, las sirenas, las bocinas y los pájaros que pueblan el interior de la ciudad. Así ha definido Houda lo que escucha: una sinfonía.
Salah nos explica que los pájaros boyeros solían habitar en una zona concreta, que tuvieron que abandonar al ser urbanizada. Ahora solo les quedan pequeños reductos para habitar pacíficamente, como los alrededores de la pista de atletismo que en otros tiempos vio competir a grandes campeones, según nos narra el vigilante. Las gaviotas, por su parte, se hacen oír cerca del puerto.
Casablanca también se caracteriza por su comercio. En toda ella encontramos puestos ambulantes, principalmente de fruta fresca, dulces o frutos secos. En el interior de la Medina, el bullicio general es alimentado por los anuncios de los vendedores, tratando de llamar la atención de los posibles clientes. A última hora de la tarde, las bolsas de plástico de las mercancías desembaladas han quedado desperdigadas por el suelo, hoy embarrado tras una fina lluvia. No se puede evitar pisarlas, así que esa parte de la Medina, a esa hora en concreto, suena a plástico, con distintas texturas y volúmenes.
Al terminar el paseo hablamos de la experiencia que hemos compartido. De qué es lo que ha supuesto caminar en grupo y en silencio, cuidándonos unos a otros, buscando las miradas de otras personas para saber si han escuchado lo mismo que nosotros, si han sentido lo mismo, si también han deseado parar para satisfacer su curiosidad durante unos segundos.
Aprendemos en colectivo a disfrutar de la escucha consciente y descubrimos así otras Casablancas que se esconden a nuestros oídos.
Descubrimos también que escuchar es muy difícil, pero que en este acto consciente y activo, podemos incluso impulsar la manifestación de otras realidades.
Ainara LeGardon, Aeropuerto de Casablanca, 15/11/18.
Nota: El alumnado es heterogéneo, pero con intereses comunes. Me miran con atención mientras les hablo de otras formas de expresión, de escucha, de comunicación. Nos expresamos, nos escuchamos y nos comunicamos de diferentes maneras. El último día de taller realizamos una performance ante el público, en la que se mezclan parte de las grabaciones de campo que hemos realizado mientras paseábamos, con sonidos orgánicos que vamos construyendo y entrelazando a tiempo real, además de la expresión de nuestras voces en distintos idiomas.
(Texto escrito a modo de diario de viaje tras un taller/experiencia desarrollado en el Centro Cultural Boultek -Centre de musiques actuelles– de Casablanca, así como en distintos recorridos de la ciudad. La experiencia está enmarcada dentro de ALAM AL-MITHAL, una colaboración entre Tabakalera y Gipuzkoa Koopera, junto a Salah Malouli (gestor) y el área de mediación de Tabakalera).