Gijón, 18/04/15
Es un mirlo.
El pájaro negro con pico naranja intenso, de canto indescifrable, es un mirlo.
Hoy se esconde entre las hojas ovaladas de un pitosporo japonés, y vuelve a recitarme sus versos. Detengo mis pasos y echa a volar.
Sentada en la piedra del punto más alto del Cerro de Santa Catalina
dejo que el aire arranque estas páginas de mis manos.
Me (des)coloca el pelo sobre los ojos una y otra vez.
Escribo sin mirar mi mala letra.
Lloro de viento.
Al otro lado de la lengua de mar crecen en la loma inmensos tanques esféricos.
Globos sonda.
Balones de playa.
Tumores circulares.
A mi espalda, el «Elogio del Horizonte» se calienta al sol.
Más abajo, en la fachada del edificio más privilegiado, la escena es sugerente:
Un gato blanco y beige se relame en la ventana del tercero. Mira hacia arriba, estirando tanto su cuello que parece que se va a desmembrar.
Huele y escucha a la paloma que descansa en la repisa del cuarto.
Desde el quinto, la mujer morena me mira y se oculta tras la cortina. Con gusto desplumaría a la paloma para su guiso de hoy.
Un nuevo habitante aparece en la escena. Otro gato, esta vez tan oscuro como la tez de la vecina, observa desde el primero.
Me pregunto qué historia esconde la planta segunda.
En venta.