Carretera Zaragoza-Valencia. 15:20.
Por los cauces de los ríos aragoneses, vacíos de agua, crecen malvas y hierba verde, como si varios botes de pintura gigante se hubieran derramado coloreando lenguas de vida que iluminan un paisaje aniquilado por el hombre.
A estas horas ya no nos darán comida decente en ningún sitio.
Los pequeños arbustos secos ofrecen la última sonrisa de su agonía.
(Yo también fui rama que olvidó el placer de ser partida por la fuerza de la corriente).
Es el viento el que moldea el paisaje ahora. Es la broza la que pide la extremaunción.
Has anidado en un panel informativo de la Autovía Mudéjar. Tus plumas pardas se calientan entre los píxeles de esos signos que avisan de un accidente.
(Yo también he dibujado mi cara en las sombras de la ladera de la montaña).
Más allá de la línea del horizonte todo parece pintado al óleo.